
"Que próspero se ve Chile" me dijo un japonés hace unos días cuando llegó a Santiago y observó desde el auto el paisaje entre el aeropuerto y el hotel. Me comentó que él ya sabía que el nivel de los profesionales aquí era muy bueno, que este era un país avanzado en telecomunicaciones, que la economía estaba marchando muy bien, que gozábamos de un gran prestigio internacional. Y que, ahora que veía las autopistas que teníamos, los edificios, los autos, la apariencia de la gente que transitaba, las tiendas, el hotel donde estaba, y todo lo que había alcanzado a ver, no le quedaba duda que en Chile vivíamos muy bien. "¿En Chile o en Las Condes, señor Akiyama?" le pregunté yo. No entendió muy bien la pregunta y a mi me dio lata ahondar más allá. Sólo le dije: "es que lo que usted ve en esta pequeña parte de Chile no representa para nada el estilo de vida de los 14 millones de chilenos que no viven en Las Condes, señor Akiyama... este país sigue siendo pobre, con una distribución del ingreso horrorosamente injusta, que permite que unos pocos -muchos de ellos viven en Las Condes, precisamente- generen y acumulen casi toda la riqueza de este país, mientras la gran mayoría se las tiene que arreglar con lo justo y si es que tiene trabajo. El 10% de los chilenos no lo tiene, de hecho. Y ningún país próspero puede ser tal con ese nivel de desempleados.
Bueno, ahí me di cuenta de lo potente que es la imagen país que proyecta Las Condes, donde ahora están concentradas las empresas más importantes, las multinacionales, las que hacen negocios con el mundo. Estas oficinas se llenan de extranjeros, que maravillados con lo que ven, salen al exterior y hablan maravillas de Chile. Nos conviene, claro. Pero... ¿es la realidad de Las Condes la que queremos que ellos crean es la de todo Chile?